lunes, 30 de marzo de 2009

Historias de una aceituna

Hace poco, un par de días a lo sumo, en una de estas "cenas de empresa" que hacemos, de vez en cuando, para alguna ocasión especial, como por ejemplo; fines de rodaje, presentaciones, despedidas de fin de curso, etc... Esta vez, la cena se debía, en gran parte, a la confirmación y presentación en sociedad de Merche, y tal vez en menor medida, ya que pasa cada 365 días (366 cada cuatro años) el cumpleaños de un servidor.

La cena, como es costumbre, se celebro en cierto restaurante italiano de renombre. La dinámica de dicho restaurante es la siguiente; primero te hacen esperar, después te conducen hasta tu mesa (que no porque extraño fenómeno, siempre resulta estar al fondo), a continuación pasa un camarero a tomar nota y seguidamente se sirven las bebidas y unos platos con diminutas aceitunas, como obsequio de la casa. Después de eso, sirven los platos y cenamos.

A mediados de la cena, mientras todos hablaban de sus cosas y Mercedes en particular se comía con los ojos a los camareros en general, yo me fije en el plato de las aceitunas, donde había, una triste y solitaria aceituna, contemplando el plato donde yacían los esqueletos de sus anteriores compañeras.

Esta aceituna, en particular, era, probablemente la más pequeña y menos atractiva aceituna de cuantas se hallaban en el plato que nos sirvieron, pero, sin embargo, esta aceituna quedo intacta al final de la cena, sobreviviendo a sus comensales gracias a su habilidad para pasar inadvertida.

Con esto podemos concluir en que hay momentos en la vida en los que es mejor ser discreto y pasar inadvertidos, bien para evitar situaciones difíciles, o simplemente no atribuirnos el mérito de todo, ya que podemos resbalar en la cima de nuestro ego y sufrir una aparatosa caída, tal vez de varios metros.

Y también saber que se pueden obtener consejo y lecciones incluso de las cosas más pequeñas e insignificantes de la vida, como por ejemplo de las aceitunas